Si nos da lo mismo, nos pasa lo mismo.
Los hechos conocidos respecto de la agresión física de la que fue víctima un niño de sexto año básico de un establecimiento educacional de la comuna de Isla de Maipo, junto con causar rechazo y activar la intervención de las autoridades, instituciones y de la propia comunidad escolar, en miras de proteger los derechos de niños, niñas y adolescentes, nos obliga a una reflexión profunda respecto de cómo nuestra sociedad no es capaz de evitar que este tipo de acciones ocurra y, al mismo tiempo, brindar un espacio seguro de desarrollo para cada estudiante, considerando el respeto, valoración de la diversidad e inclusión y el aseguramiento de la integridad inherente a todas las personas, como principios fundamentales que debemos promover en la construcción de una sociedad mejor, donde la protección de los derechos humanos constituye el umbral ético y moral mínimo que estructura todas las relaciones sociales.
Este caso pone sobre la mesa una realidad de la que muchos menores y muy frecuentemente aquellos con alguna discapacidad, son víctimas cotidianamente. En esta oportunidad, la exposición pública obligó a tomar las medidas, pero muchas veces estos escenarios de violencia son silenciados e invisibilizados, en una sociedad que tiene una deuda con la protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes y, específicamente, de aquellos con alguna discapacidad.
En este caso fue una agresión física, pero en muchos otros casos las burlas, ridiculizaciones y todo tipo de actos de agresión y violencia, tienen como víctimas a niños y niñas con discapacidad. Ciertamente tiene que haber una actuación pública y el Estado debe poner en acción las instituciones que deben prevenir, resguardar y proteger a las personas frente a hechos de esta naturaleza, pero, al mismo tiempo, es muy importante que también en el plano de lo privado, en las familias, en los grupos de amigos, en los barrios, en el trabajo y todos los ámbitos de la vida social, no sean permitidos, de ninguna manera, discursos y acciones que directa o indirectamente constituyan agresión y ejercicio de violencia.
Todos y todas quienes conformamos nuestra sociedad tenemos una responsabilidad colectiva, pero también individual, en la reproducción de la violencia. Una sociedad que no es capaz de proteger a quienes la integran, no está haciendo bien las cosas. Conversar con nuestros hijos, amistades y vecinos sobre situaciones como la vivida por este niño, debe llevarnos a establecer una frontera infranqueable frente a lo que no nos podemos permitir como sociedad, señalando junto con ello, los valores y principios de debemos defender, el respeto a los derechos humanos, la valoración de la diversidad y el compromiso por construir una sociedad cada vez más inclusiva, que respete y proteja a todos y todas sin distinciones, pues la inclusión se trata precisamente de que la sociedad genere las condiciones para participar de acuerdo a su situación particular, siendo reconocido y valorado por ello.